En primer lugar, es un impactante y
recomendable libro para leer. Esta obra, cuenta cómo es la vida en un campo de
concentración desde la perspectiva de un psicólogo, Viktor Frankl, pues es este
el que lo escribe. Personalmente me ha chocado su forma tan real de contarlo.
Es un tema que tengo un gran interés en él, he visto películas, he leído
libros, pero ninguno como este.
El síntoma característico de la
primera fase en un campo de concentración es el shock inicial. Las condiciones,
el no saber, en definitiva, algo profundamente duro por la incertidumbre de la
situación. Llama la atención como los reclusos se terminaban acostumbrando, y
es donde el prisionero, en esta primera fase del shock, perdía el temor a la
muerte. Se reflejaba apatía que a lo único que llevaba era a una muerte
emocional. La muerte emocional es muy dura, es vivir estando muerto y ¿cómo
se puede vivir de esta forma? Por lo que los reclusos enfermaban, sus defensas
bajaban a causa de la depresión o incluso se terminaban suicidando. Quien dice
apatía dice anestesia emocional y la sensación de que ya nunca importará nada.
Todo esto contribuye a una segunda fase, como en este párrafo se refleja:
“Decidí despertar al pobre hombre,
pero en el último instante me detuve, retiré mi mano asustado por lo que iba a
hacer. Comprendí con rapidez, de forma descarnada, que ningún sueño, por muy
horrible que fuese, podría ser peor que nuestra actual realidad, una realidad a
la que estuve a punto de cometer la crueldad de devolverlo.”
La carencia absoluta de vida
sentimental era muy dura, lo que ocasionaba sentimientos de soledad constantes,
pues tampoco se sabía si al acabar toda esa pesadilla, alguien estaba esperando
a alguna persona allí encerrada. El sentimiento de desesperanza y abatimiento.
Viktor se dio cuenta de que ya se había
superado una etapa al pasar ese debate ingenuo de creer que el sentido de la
vida consiste en alcanzar los objetivos mediante la creación de algo valioso, y
no es así. En realidad, el que tiene un por qué para vivir puede soportar
cualquier cómo. Aun estando en un campo de concentración, siempre queda una mínima
esperanza, un mínimo por qué, un ápice de vida. Encararse con el sufrir, de eso
se trataba. Por ello, era de muy importante atajar los intentos de suicidio que
habían. Aunque pienso que suicidarse no es de cobardes. Era necesario evitar
esas situaciones.
“¿Quién es, en realidad, el hombre? Es
el ser que decide lo que es. Es el ser que inventó las cámaras de gas, pero
también es el ser que entró en ellas con paso firme y musitando una oración."
Hubo una tercera fase. Quiero recalcar
que nunca me han gustado las segundas fases porque creo que no existen, solo es
una transición a la tercera. Primer mundo, Tercer mundo, ¿Dónde está el
segundo?
Esta fase fue la de liberación, la
incrédula liberación. Los prisioneros habían perdido la capacidad de alegrarse,
lo que supone una despersonalización. Con ello llegó el paso de oprimidos a
opresores. Muchas personas se sentían exentos de su comportamiento por como habían
sido tratados anteriormente. A nadie se le permite hacer el mal, aunque haya
sufrido un millón de injusticias. Amargura y desencanto eran sentimientos
comunes.
Tras superar todo esto, nos dice
Viktor, no tiene nada que temer.
En el apéndice, habla de Logoterapia
que viene de Logos, significado de “sentido”, “propósito”. Pues diríamos que se
trata de una terapia centrada en el sentido de la existencia humana.
Datos interesantes son los siguientes
a mencionar:
“Un 89% de la población reconocía que
el hombre necesita algo por lo que vivir. Un 60% afirmaba tener algo o alguien
en su vida por cuya causa estaba dispuesto a incluso morir.”
“Un 78% dijo que su objetivo
principal en la vida era encontrar un sentido y una finalidad para sus vidas”
Shopenhauer decía que la humanidad
estaba condenada a oscilar para siempre entre el extremo de la tensión y el del
aburrimiento. Bajo mi punto de vista no se equivoca demasiado. Pero, el sentido
de la vida no hay que buscarlo dentro de la psique, sino en el mundo.
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