La mayor parte de mi vida he estado perdida por profesores
que no sabían hacer su buen papel y por mi desánimo infinito. Pocos han sido
los que me han despertado un deseo. Nunca me ha gustado aprender, ni leer, qué
inutilidad más cuando te obligan. Sin embargo, a pesar de no haberme leído ni
un libro en toda mi etapa de secundaria, llegó mi curiosidad y sin que nadie me
obligara, comencé a leer lo que a mí me gustaba leer.
“El saber es la consecuencia de un recorrido que todo sujeto
ha de descubrir por su propia cuenta”. A mis veintitrés años, no creo haber
vivido todo lo que se puede vivir porque eso es imposible, no creo haber
aprendido todo lo que tengo que aprender, pero sí tengo un camino. Un camino
lleno de piedras que puede que me las haya puesto yo misma, pero parece que
nunca tiene fin. Es el drama de todos ¿no? Pero yo hablo de mi senda, de
aquello que me hace saber y haber aprendido algunas cosas que otra gente no
tiene ni idea, al igual que yo no la tengo de otra gente.
Y no son los conocimientos los que hacen a un ser humano,
sino las vivencias, esos pequeños aprendizajes que emanan de ellas. A mí me
importa tener que aprenderme párrafos para luego dejarlos olvidados en un
examen unos años y que luego acaben en la basura. Me importa. Pierdo mi tiempo
en ese sin sentido y luego salgo a la calle y pienso qué es la vida. Qué hago
aquí, por qué la sociedad es de esta forma, por qué el mundo funciona de esta
manera, qué puedo hacer para que cambie. Nadie te lo enseña, porque a nadie le
interesa enseñarte eso. Solo te queda aprender por ti mismo, en tu camino, con
tus vivencias, solo. La soledad es un camino por el que todo el mundo debería
pasar, pero nunca para quedarse.
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