A menudo encuentro gente que plantea el hecho de llegar a un punto inexistente como es el de la felicidad. Están empeñados en eso, como si se tratara de una constante que no puede variar y que se mantiene en el tiempo como se mantiene la luz mientras dura el sol.
La felicidad no es una constante, no es una linea en lo alto que podamos alcanzar y de la que nunca bajaremos. No es un tren que se coge y que te lleva a algún lugar diferente al mundo en el que vivimos.
La felicidad son momentos, instantes, que pueden encontrarse en el cobijo de un abrazo, de una sonrisa, en la voz de otra persona subyacente de una conversación interesante al ras del suelo de Madrid. También en la soledad, de vez en cuando, donde puedes dejar a tus pensamientos volar, y que se enreden entre los árboles, que suban hasta las nubes y que vuelvan porque ahí arriba hace frío.
La gente tan obcecada en encontrar una felicidad de mentira que por alguna razón nos han dicho que existe, cuando puede que su vida esté compuesta por pequeños momentos que ya les hacen felices. Pero no se dan cuenta, porque quieren la constante, lo imposible, lo inalcanzable. Y nunca se sacian, nunca será suficiente. Porque el ser humano parte de una avaricia amarga que hace marchitar hasta la más viva flor allá por donde vayan sus pies.
"Cuídate", "piensa en ti", "tú eres lo primero"... ¿qué clase de consejos son esos cuando solos, no podemos ser y no seremos? Que alguien me explique cómo la gente puede alcanzar determinados puntos de felicidad pensando solo en ellos mismos.
La vida está compuesta de cosas importantes que te hacen sentir dentro del mundo o fuera de este. Lo más importante son esas cosas, las que compartes con otra gente y las que te llenan de sentimientos.
Solos..., a ratos,
supongo.
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