El poder de las palabras proviene de aquél que las dice.
Hay gente que destruye con ellas, que es capaz de arrasar con todo; adiós alma, adiós corazón.
Luego te tienes que tirar al suelo durante un largo tiempo para coger todos los pedacitos que puedan quedar, y como un puzzle al que le faltan piezas, recomponerlo a la fuerza y con huecos. Porque la vida sigue y el tiempo pasa.
Después, existen personas que con su palabra salvan vidas. Que pese a no encontrar tu corazón ellas lo hacen latir, que pese a creer no tener alma, ellas te lo hacen sentir. Y es en ese preciso instante cuando no tienes que hacer fuerza para levantarte del suelo, sus palabras te hacen levitar como si de magia se tratara, pero no hay ningún wingardium leviosa.
El tiempo y el espacio no da lugar a una comprensión. Simplemente te elevas. Notas que una brizna de aire fresco entra en tu cuerpo, una bocanada de oxígeno te hace respirar; y vuelves. De repente. No tienes que perder tiempo buscando piececitas de tu propio yo esparcidas por el suelo.
Lo mejor del mundo es todo lo que tenga que ver con las palabras; escritas, dichas, demostradas...
y dependiendo de quien venga o de quien diga, se puede tratar de pura brujería y encantamiento o de puro maleficio y maldición. Que pueden ser como un hechizo que te haga revivir el latir, o un embrujo que caiga sobre ti y con el pesar tendrás que vivir, y con el vivir: tu condena.
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