El color del Sol se mezclaba con el azul cielo y te hacía sentir un sin fín de sensaciones llenas de escalofríos y pensamientos.
Era ahí cuando sentías que la incongruencia de tu pensar también existía en la naturaleza. Un cambio drástico de pensar. Un cambio drástico de color, cuyo lugar donde se juntan es más oscuro que el color anterior y posterior, más oscuro que sentimientos.
En ese momento se reflejaban en mi pupila mis propios pensamientos. Pensamientos reflejados en color. Pensamientos fríos, pensamientos ardientes, pensamientos efímeros, pensamientos inalcanzables... Como las nubes. Que no se pueden tocar. A donde nunca puedes llegar, tan solo estar y traspasarlas.
Es ahí cuando me di cuenta que no puedes coger lo que se te escapa entre los dedos. Tan solo puedes verlo de lejos, desde otras perspectivas, desde otros lugares. Puedes imaginar y sentir que una imagen representa tus sentimientos más profundos, puedes no hacerlo y perderte cómo lo que ves puede representar lo que eres.
Siempre me gustaron las nubes y quise acariciar los cielos. Ahora sé que es imposible porque la edad hace que se vaya el pensar mágico, donde soñabas con volar. Ahora sé que solo puedo observar y que no puedo acariciar los cielos... Tan solo mirarlos y sentir que no sé de qué formo parte, pero que hay veces que parece que se comunica conmigo.
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